martes, 20 de julio de 2010

Desfile del 20 de julio

Colombia celebró el bicentenario con un imponente desfile militar. Un desfile pavoroso, que nos obliga a enfrentar la realidad de la guerra que cotidianamente bregamos por dejar a un lado. Una guerra en la cual los miembros de este ejército que marcha con aires triunfales le ponen la mano a los ciudadanos injusta e impunemente.




Después del desfile militar, conciertos por todo el país: el ministerio de Cultura montará tinglados en Quibdó y en el resto del país, oiremos a Juanes (ellos en vivo, nosotros por televisión), y al otro día todo seguirá igual, aunque un poco más sucio (y la cultura seguirá siendo el recuerdo de un barco fantasma que remonta el Amazonas).

jueves, 8 de julio de 2010

El ansiado regreso de la hipocresía

Hubo quienes creímos que el nombramiento de María Ángela Holguín al frente de la cancillería colombiana nos iba a proporcionar un cierto alivio, al menos en ese frente: el permanente enervamiento de las relaciones con el gobierno venezolano, producto de la insaciable necesidad de confrontación de los presidentes de aquí y de allá, entusiasma a los machos de ambos lados de la frontera, los que solo se sienten vivos cuando los espolean, pero preocupa a la mansa mayoría. Finalmente, lo único que de verdad justifica la insistencia en la ficción de la identidad nacional y las fronteras patrias es la ilusión de poder vivir en paz con los vecinos. Y esa ilusión se sostiene, como lo sabe cualquiera que haya tenido vecinos, gracias a la hipocresía que debe regir todas las relaciones para que estas funcionen amablemente y sin tropiezos.

De eso precisamente se trata la diplomacia, que recurre a fórmulas, acuerdos y gestos que reemplazan el lomo erizado y los colmillos descubiertos. Pero al presidente Uribe no le parece bien así, y declaró ayer que la diplomacia colombiana "no debe regresar a las apariencias hipócritas", y que "lo que se necesita es una solución de fondo". Bermúdez apoya desde Brasil: si a Uribe no le gustan las apariencias, a su canciller no le gusta la retórica, el otro puntal de la diplomacia (definición wikipédica de retórica: técnica de expresarse de manera adecuada para persuadir al destinatario).

Las declaraciones de Uribe, que de pasada explican a posteriori el manejo errático y agresivo de las relaciones internacionales en los últimos años, son aterradoras, sobre todo a la luz de la consistencia exhibida por el presidente a lo largo de estos años. La consistencia, por supuesto, no es una garantía moral; y el empeño de insistir en una idea hasta sus últimas consecuencias puede ser increíblemente destructivo. Pero explica sin duda la fascinación que Uribe ejerce sobre sus seguidores: nada resulta más atractivo que un líder que no duda, que no se equivoca nunca, que jamás se debata en medio de ambigüedades. Y es que el presidente Uribe es genuinamente unidimensional: lo hemos oído blandiendo sus principios como armas contra los que disienten de fronteras para adentro, lo hemos visto señalar con el dedo acusador a los que no juzga dignos de pertenecer a su patria, a los malos. De fronteras para afuera, su obsesión plana genera, como ya lo hemos visto, el desmoronamiento de las relaciones económicas, perturbaciones y enfrentamientos, incrementos en el gasto militar.

El presidente electo opinó que sería conveniente que Chávez asistiera a su posesión, y algunos creemos que también sería sano volver a la vieja práctica de las apariencias y de la retórica. Pero el presidente Uribe ha dejado bien claro que él sigue siendo el dueño del micrófono y que no tolerará disidencias en su sucedáneo. Ya veremos hasta cuándo.