miércoles, 1 de febrero de 2012

La corrección política



If it be your will
That I speak no more
And my voice be still
As it was before
I will speak no more
I shall abide until
I am spoken for

If it be your will
Leonard Cohen
        
Empecé a leer esta mañana con inmenso entusiasmo un artículo del periódico inglés The Guardian: "Programa lector de mentes" se lee en el título, "traduce en palabras la actividad cerebral."
         Pensé en la gente que ha perdido el habla, en los artículos de Sacks sobre escritores que no podían leer, en Le scaphandre et le papillon, en la mayoría de los hombres que conozco, tan incapaces de decir lo que piensan. (Aunque ya voy llegando a la conclusión de que en realidad son incapaces de decir lo que yo pienso.) Los científicos", dice el artículo, "han captado fragmentos del pensamiento de los pacientes al decodificar la actividad cerebral causada por las palabras que oyen."
         Seguí leyendo. Los primeros renglones describen el experimento y el entusiasmo que ha generado entre la comunidad científica: http://www.guardian.co.uk/science/2012/jan/31/mind-reading-program-brain-words

         Pero no habían pasado cuarenta renglones cuando el periodista ya empezaba a explicarnos la preocupación ética que debe acompañar este descubrimiento: puede ser utilizado para interrogar terroristas, explica (¡yo pensé en los militares colombianos y la leishmaniasis!). ¿Cómo diferenciar lo que pensamos y no queremos decir de lo que pensamos y queremos decir?, pregunta unos renglones más adelante.
         Apagué el computador un poco deprimida, pensando en esa voz que he oído toda mi vida y que grita horrorizada, ¿Cómo se le ocurre eso
         Pensé que el periodista estaba lavándose las manos de una porquería que estaba a kilómetros de distancia. Pensé en la función social primordial de aplastar la curiosidad y el entusiasmo antes de que estos florezcan, pensé en el miedo que tienen los seres humanos de lo que se les ocurre a los otros seres humanos, y en la poca fe que tienen de su capacidad de enfrentar los dilemas morales reales.
         Pensé, por último, que la corrección política es la más poderosa manifestación de la moral moderna y la forma más común de matar las ideas. El mundo de lo bueno y lo malo, tradicionalmente regido por lo religioso, encontró allí una nueva camisa de fuerza más contundente, sí se quiere, en la medida en que aparentemente es más liberal, y permite muchos menos cuestionamientos.
        Es demasiado temprano en la vida y en mi vida, concluí. Apagué el computador y me pareció que me merecía un café caliente y Madame Bovary.

miércoles, 25 de enero de 2012

Las reglas del juego

a Jorge Orlando Melo

Respondió un lector a "La trampa mortal" preguntando, entre otras cosas, si es igualmente sesgada "la crítica desde el prejuicio de clase alta o desde el prejuicio de la 'ilustración'". Yo, hija de la ilustración, le contesté sin dudarlo que esta era peor. Ahora ya no estoy tan segura. Pero pienso que mi respuesta se debió al hecho de que en el fondo considero que el prejuicio de clase y el de la ilustración son variedades de lo mismo.
Un prejuicio es una opinión respecto de algo "que se conoce mal", dice el drae. Así que podemos suponer que los estudiosos están libres de prejuicios; que los ilustrados llegan a las conclusiones a las que llegan después de mucho ponderar un asunto, de mucho darle vueltas y mirarlo por todos los lados posibles.
Y a veces sucede así: hay asuntos políticos, como la legalización de la marihuana, respecto de los cuales muchos se pronuncian alegremente (recurriendo, por lo general, a los alegatos insustanciales de los medios de comunicación), mientras que otros han dedicado tiempo y esfuerzo a entender los alcances y las consecuencias de sus posturas.
Pero sucede también que los ilustrados—como los miembros de la clase alta cuando dejan sus enormes camionetas grises parqueadas sobre vías arterias— abusan en ocasiones de su condición y de su reputación para descalificar a quienes no militan en sus filas. Y es en este punto en donde veo el inmenso daño que sus prejuicios pueden causar al sistema democrático.
Vivo en una democracia porque creo firmemente en el valor de la discusión y del disentimiento. Y creo que esa discusión y ese disentimiento nos enriquecen y nos proveen con las herramientas necesarias para tomar decisiones, pero no nos dan permiso para desacatar las reglas del juego. Creo que los ilustrados son capaces en ocasiones de una mayor eficiencia a la hora de las discusiones públicas, pero ello no los hace más capaces a la hora de las decisiones políticas. Y de ninguna manera creo que la clase social o las horas pasadas en el aula son indicadores de la idoneidad de alguien para ser elegido. Ni siquiera son indicadores de su inclinación al bien, o de su disposición ética.

Así que (primero de miles de corolarios posibles) es hora de preguntarse de nuevo qué cualidades exigimos de nuestros gobernantes. Y si realmente tenemos la disposición a acatar las reglas del juego. Por especiales que seamos.

martes, 24 de enero de 2012

La trampa mortal de la democracia


Oí el otro día a dos mujeres hablar de política. Eran dos profesionales, maduras, inteligentes y exitosas que comentaban sobre la vulgaridad de la vestimenta de una congresista (escotes exagerados, prendas demasiado pegadas, excesivo maquillaje), y sobre la forma de hablar de otro, un hombre en este caso. Los políticos bajo la mira son profesionales universitarios --condición para ser elegido senador--; son médicos, para ser exactos, dato que salió a colación solo para subrayar su ordinariez: ¿Cómo se puede ser médico y decir esas cosas, llevar esa ropa? ¿Cómo se puede ser congresista? Fueron elegidos, fue la conclusión a la que llegaron ambas con un suspiro. Y aunque hubo alguna alusión velada a prácticas políticas verdaderamente reprobables, pronto fue evidente que nadie tenía pruebas y tuvieron que concentrarse de nuevo en el escote.
Cada pueblo elige a los representantes que se merece, concluyeron. Y yo pensé, mientras las oía hablar, en esa trampa mortal que acaba siendo la democracia para tanta gente. Porque claro que queremos vivir en una democracia. Y claro que queremos que nos gobierne un Congreso en el que participen personas elegidas por nosotros. El problema es, por supuesto, el pronombre nosotros.
La democracia con la que sueña mucha gente es una forma de gobierno en la que elegimos a nuestros representantes a nuestra imagen y semejanza. Lo cual supondría un país a nuestra imagen y semejanza. Lo cual supondría que somos uno de cuarenta y pico de millones de colombianos; no uno de un selecto grupo de diez, o de mil, al cual imaginamos pertenecer. Al cual querríamos pertenecer.
"Este es un país muy conservador", suspira un periodista al otro lado del espectro político. Él, por supuesto, forma parte de una selecta minoría que no lo es. Y él, por supuesto, no está dispuesto a asumir la responsabilidad por las decisiones de las dos señoras del primer párrafo. Ni siquiera está dispuesto a asumir la responsabilidad de averiguar cuántas personas forman parte de la mayoría a la que él dice no pertenecer. Su democracia, la que él diría defender, también sería de diez.
Una trampa mortal. Para las mayorías, claro, no para los miembros de las selectas minorías que hacen lo que les da la gana en nombre de su enclenque y poco fundamentada razón.

martes, 15 de noviembre de 2011

Una movilización justa y necesaria



Si entendiera bien lo que creo sobre el tema de la reforma de la educación en Colombia, podría resumirlo en 144 caracteres; y a partir de allí, podría empezar a caminar sin vacilaciones en una sola dirección. Pero no lo tengo claro. Así que empezaré a botar mis ideas desordenadamente, con la esperanza de que la discusión les dé forma o las descarte. La discusión empieza en torno a los textos de Javier Moreno
y de Constantino Villegas
sobre el tema.

Primero, Rango finito, con quien estoy completamente de acuerdo excepto en cuestiones más bien formales: "la movilización de los estudiantes es justa pero ingenua", dice, y yo creo que no es una buena manera de abrir una discusión sobre el problema educativo: "la movilización de los estudiantes es justa". En eso estoy de acuerdo. ¿Ingenua? No estoy de acuerdo. Es un adjetivo que descalifica una acción importante: la de poner en la palestra un tema que la sociedad colombiana está en mora de empezar a debatir. La movilización de los estudiantes no solo es justa, sino que ya empieza a producir reverberaciones: la primera, y más importante, la que surge del uso el espacio público para darle notoriedad a lo que debe ser por definición una cuestión pública pero que ha sido siempre debatida a puerta cerrada (entre "expertos", "especialistas", "sabios").


Rango finito continúa: "¿Quieren problemas educativos serios y urgentes? Miren los colegios públicos." De nuevo, Rango Finito tiene razón. Hay que empezar por mirar los colegios públicos (y la marcha de los estudiantes logró la participación inusitada de los colegios públicos). Esa es una discusión que hay que empezar a dar desde lo educativo, desde lo político, desde lo económico. Una discusión larga, larguísima, espero, que quizás no consiga otro objetivo que lograr que las discusiones sociales en Colombia se desprendan un poco de lo urgente y empiecen a prestarle más atención a lo importante.


Propongo, para iniciar esta discusión, la afirmación de Rango finito:
"Dicen que la educación superior genera progreso económico y/o social, pero para que esto sea así es crucial decidir primero hacia dónde progresar. Esta es una reflexión que ni la universidad ni el país se han permitido tener. Es incómoda."

Y la afirmación de Constantino Villegas:
"Quienes limpian pisos, recogen basuras, vigilan entradas, preparan comidas, conducen buses, patrullan calles, etc., cumplen un papel fundamental e imprescindible para que todos los demás vivamos bien. Esta es una verdad de Perogrullo que obviamos todo el tiempo. La pasamos por alto así como a veces pasamos por encima de esas personas que consideramos “sencillas”. Nos parece de lo más natural que un vigilante que permanece doce horas de pie nos abra la puerta de la universidad, y nos resulta escandaloso que en ocasiones lo haga de mala gana. No vemos nada fuera de lo común en que al salir de clases el viernes por la tarde, rumbo a un bar, entre al salón una señora de edad avanzada a limpiar lo que nosotros, la gente "culta", las personas "educadas", ensuciamos a diario."

El uno y el otro ponen el dedo en la llaga del tema que, a mi juicio, debe ser debatido en primera instancia:
-No debemos insistir en un modelo de educación concebido como una escalera por la que van progresando los mejores y en la que se van quedando estancados los peores (los que se dedicarán a los "trabajos sencillos").
- Mientras la educación sea concebida como la causante del progreso, no se podrá intervenir en los modelos educativos.
- Mientras no desechemos la idea de progreso (avanzar, echar hacia adelante en una dirección determinada), no será posible discutir los modelos educativos.
- Quizás debemos pensar en otro ideal para la educación, diferente del progreso.
- Quizás debemos ya desenganchar el carro del avance (?) social del carro de la eficiencia educativa.

Seguimos.

viernes, 20 de mayo de 2011

Réquiem por una ciudad joven


En la Bogotá de 1960 Usaquén era Usaquén, Soacha era Soacha, y el Tercer Puente era el tercer puente y hasta allá no llegaban sino las flotas. Por el resto de la ciudad circulaban unos buses ruidosos y ruinosos, siempre llenos hasta los topes, y los trollleys, que iban por la carrera 24 y que ya entonces parecían dinosaurios. Solo los colegios más tradicionales de la burguesía (el Gimnasio Moderno, el San Bartolomé o el Francés) seguían quedando en la ciudad, y la mayoría se había trasladado a las afueras, condenando a los niños bogotanos del futuro a largos trechos en bus de ida y vuelta, por entre baldíos y campos. Los muchísimos niños de las clases más bajas se transportaban como podían, cuando los padres tenían la suerte de hacerse a uno de los escasísimos cupos en las escuelas públicas. También eran horriblemente escasas las líneas de teléfono, las redes de acueducto y alcantarillado, las camas en los hospitales; y de los policías de tráfico, ni hablar; pero esa era una suerte, porque su función casi exclusiva era sobornar a los miembros de las clases más pudientes y hostilizar a los miembros de las clases más pobres.
Había plazas de mercado, y marchantas con delantales sucios, generalmente proveídas por campesinos, hombres de ruana y sombrero. La gente de bien los despreciaba ("indio" era un insulto común, e incluso "zambo"), y también despreciaba a los provincianos que invadían la ciudad de los cachacos a sabiendas de que solo en la capital podían prosperar económicamente.
La política ya empezaba a ser un oficio desprestigiado, pero los bogotanos todavía se solazaban recordando que al negro Gaitán le habían negado la membresía del Jockey Club. "El negro ha permanecido en una perpetua infantilidad y goza del don de mentir", explicaba el dirigente conservador Laureano Gómez en 1928. "La raza indígena, raza de salvajes, presenta una completa indiferencia por la vida nacional y vive resignada a la miseria y la insignificancia. Del mestizo tampoco se puede esperar mucho porque en él se agudizan las aberraciones psíquicas de las razas genitoras. El mestizo es falso, servil, abandonado y repugna todo esfuerzo y trabajo." Los blancos de la capital creían que eran blancos, y se referían con mucha sorna a la gente de tierra caliente (incluso a la gente bien de tierra caliente). Hablaban de Europa: se querían vestir como ingleses y pronunciaban a la perfección las erres guturales de los franceses, pero se operaban en Huston. Y aunque su nivel cultural nunca fue sobresaliente, se preciaban de ser nativos de la Atenas sudamericana.
En 1938 Bogotá tenía 330 mil habitantes y en 1960 casi dos millones, un crecimiento explicable por la explosión demográfica y social que ocurrió en todas las ciudades latinoamericanas después de la Segunda Guerra Mundial. Pero la clase dirigente parecía creer que la ciudad era la misma que a finales del siglo XIX, con 40 mil habitantes, y su idea de la solidaridad social se limitaba a su círculo íntimo de familia y amigos: para ellos sacaban la vajilla fina y organizaban cenas y bailes, a veces en sus casonas, a veces en sus exclusivos clubes. El resto de la ciudad, entretanto, se movía imparable hacia adelante, en medio del creciente malestar por una sociedad que seguía aparentando una jerarquía pétrea pero que en realidad se desmoronaba.


En 1993 Antanas Mockus se bajó los pantalones frente a 500 estudiantes en el auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional (universidad de la cual era rector), y con ello silenció sus chiflidos y captó su atención. Dos años después fue elegido alcalde de Bogotá cuando ya la ciudadanía parecía lista para entender que la única forma de convivencia ciudadana suponía dejar las rígidas jerarquías que hasta entonces habían dominado y exigían una nueva forma de solidaridad social, de sentido de pertenencia común. A finales del siglo XX Bogotá se convirtió por fin en una ciudad del presente, en la que todos los habitantes, conscientes de las inmensas dificultades de funcionamiento de una ciudad, parecían dispuestos a hacer su parte en aras del bien común. Este bien común vino acompañado de su propio lenguaje: mimos, cebras, respeto, ciclovías, transmilenio... red de bibliotecas públicas, rumba en la Primero de Mayo, salsa bogotana. En la calles había sol y se oían risas, las estiradas muchachas bogotanas empezaron a vestirse como calentanas, la bulla urbana se extendió hasta la madrugada, la ciudad se volvió de todos.


Pero esta maravillosa primavera duró poco y Bogotá se convirtió de pronto en una ciudad del futuro, una ciudad helada, derruida, habitada por replicantes. Los casi ocho millones de bogotanos de hoy circulan por entre bretes flanqueados de tela verde, tras los cuales no hay más que barro. Esa tela verde nos robó las horas de ocio, que ahora pasamos yendo hacia el trabajo en buses atestados (o en busca de trabajo, en buses menos atestados). Y nos robó también, y eso es lo peor, los espacios públicos: los exteriores, por los que podíamos caminar o montar en bicicleta al lado de otros miles de bogotanos, y los interiores, que nos obligaban a parar antes de pisar la cebra o a botar los papeles en las canecas. 

Muchos de nosotros nos abstendremos de votar por el Polo en las próximas elecciones, pero el daño ya está hecho. Nuestro flamante partido de izquierda (al parecer, otra falsa primavera) una vez más nos obligó a ver lo obvio: el tejido de la civilización es precario, es efímero, y un país en guerra no se merece otra cosa que una capital en guerra.
 






lunes, 9 de mayo de 2011

[Políticamente] correctos

(Información tomada de El País, The Guardian y Le Monde)

Porque es muy duro
pasar
el Niágara
en bicicleta.
Juan Luis Guerra 


Los hechos
A boat carrying 72 passengers, including several women, young children and political refugees, ran into trouble in late March after leaving Tripoli for the Italian island of Lampedusa. [...]
Sunday 8 May 2011 21.30 BST

Los hechos
La barcaza salió de Trípoli el pasado 25 de marzo cargada con 47 etíopes, siete nigerianos, siete eritreos, seis ghaneses y cinco sudaneses. De ellos, 20 eran mujeres y dos niños, uno de tan solo un año de edad.
Bruselas / Madrid / París - 09/05/2011

¿Los hechos?
This year's political turmoil and military conflict in north Africa have fuelled a sharp rise in the number of people attempting to reach Europe by sea, with up to 30,000 migrants believed to have made the journey across the Mediterranean over the past four months. Large numbers have died en route; last month more than 800 migrants of different nationalities who left on boats from Libya never made it to European shores and are presumed dead.

Los hechos
All but 11 of those on board died from thirst and hunger after their vessel was left to drift in open waters for 16 days.
Sunday 8 May 2011 21.30 BST

Los hechos
El Ejecutivo pide hoy al Parlamento, por tercera vez desde la aprobación de la Ley Orgánica de la Defensa en 2005, autorización para la participación española en una intervención militar en el extranjero, en este caso en Libia, para garantizar una zona de exclusión aérea, acordada por el Consejo de Seguridad de la ONU.
22/03

Los hechos
Western allies unleashed a ferocious series of air and missile strikes against Muammar Gaddafi's military as they mounted Operation Odyssey Dawn, the biggest assault on an Arab regime since the invasion of Iraq in 2003.
Sunday 20 March 2011

Los hechos
All but 11 of those on board died from thirst and hunger after their vessel was left to drift in open waters for 16 days.
Sunday 8 May 2011 21.30 BST

Los hechos
El director de Habeshia afirma que en estos tres meses desde que se inició la guerra libia, "han muerto ya más de 1.000 personas, en su mayoría somalíes y etíopes, tratando de alcanzar por mar las costas europeas". La cifra incluye el último naufragio, el de una barcaza que portaba cerca de 600 inmigrantes frente a las costas libias, el viernes pasado. Solo hubo 130 supervivientes.

¿Los hechos?
La OTAN niega que un portaaviones aliado dejara morir a 61 inmigrantes en el Mediterráneo.
Bruselas / Madrid / París - 09/05/2011

Los hechos
Died from thirst and hunger after their vessel was left to drift in open waters for 16 days.
Sunday 8 May 2011 21.30 BST

Los hechos
The boat's location was narrowed down to about 60 miles off Tripoli, and coastguard officials assured Zerai that the alarm had been raised and all relevant authorities had been alerted to the situation.

Los hechos
Aucun pays n'a admis avoir établi un contact avec le bateau d'immigrants indique le journal.
LEMONDE.FR | 09.05.11 | 12h25  •  Mis à jour le 09.05.11 | 13h30

Los hechos
Soon a military helicopter marked with the word "army" appeared above the boat. The pilots, who were wearing military uniforms, lowered bottles of water and packets of biscuits and gestured to passengers that they should hold their position until a rescue boat came to help. The helicopter flew off, but no rescue boat arrived.

Los hechos
Ningún país ha admitido haber enviado ese helicóptero, según el diario británico.
Bruselas / Madrid / París - 09/05/2011

¿Los hechos?
Según la investigación de The Guardian, el único portaaviones que operaba en la zona en esas fechas era el francés Charles de Gaulle, que participa en las operaciones para imponer la zona de exclusión en Libia,

Los hechos
Sur les soixante-douze passagers, neuf ont survécu.

¿Los hechos?
The Guardian has made extensive inquiries to ascertain the identity of the Nato aircraft carrier, and has concluded that it is likely to have been the French ship Charles de Gaulle, which was operating in the Mediterranean on those dates.

Los hechos
Une information démentie par l'état-major des armées. Contacté par Rue 89, une porte-parole affirme : "Nous n'avons pas croisé ce type d'embarcation. Nous nous serions évidemment portés à son secours. Nous ne sommes pas concernés. Il ne s'agit pas d'un bâtiment français."

Los hechos
Of the 72 migrants who had embarked at Tripoli, only 11 were still alive.

Los hechos
[El portaaviones francés Charles de Gaulle] no está bajo las órdenes del mando conjunto en Nápoles. Fuentes aliadas indican que París les ha asegurado que su buque insignia tampoco se encontraba en la zona.

¿Los hechos?
El régimen de Muamar el Gadafi utiliza a los miles de desesperados que buscan huir de la guerra civil en Libia como arma arrojadiza contra Europa, abriendo la mano y permitiendo la salida de inmigrantes en barcos en malas condiciones, según han denunciado el arzobispo de Trípoli, Giovanni Martinelli, y ACNUR.

Los hechos
"No había barcos de la OTAN en la zona", ha señalado Carmen Romero, portavoz de la Alianza, tras recabar información al mando de la operación en el cuartel general de Nápoles. "Sólo un portaviones, el italiano Garibaldi, estaba en alta mar por esas fechas, pero operaba a unas cien millas náuticas (unos 180 kilómetros) y no vio nada".

Los hechos
One of those died almost immediately on reaching land. Another survivor died shortly afterwards in prison, after Gaddafi's forces arrested the migrants and detained them for four days.

¿Los hechos?
Preguntado por EL PAÍS, el comandante de la Guardia Costera italiana de Lampedusa, Antonio Morana, afirma que no recuerda si su departamento recibió la alarma, pero en todo caso explica que la patera fue vista a 120 millas (220 kilómetros) al sur de Lampedusa, fuera de las aguas SAR (búsqueda y rescate) italianas y dentro de la jurisdicción libia, y que en esos casos, dice, "siempre damos el aviso a Roma, porque nosotros no podemos intervenir".

Los hechos
Ministers are to scrap the right of appeal for more than 80,000 relatives of British families who are refused visas to visit them each year, according to a leaked Home Office policy paper seen by the Guardian.
 guardian.co.uk, Monday 9 May 2011 12.16 BST

Los hechos
Le ministre de l'intérieur, Claude Guéant, a dévoilé, vendredi 15 avril, son objectif de réduction de l'immigration légale en France, annonçant vouloir faire passer "dans un premier temps" de 200 000 à 180 000 le nombre d'étrangers admis chaque année dans le pays.
LEMONDE.FR avec AFP | 16.04.11 | 09h18  •  Mis à jour le 16.04.11 | 17h26

lunes, 20 de septiembre de 2010

En la maleza

Everybody knows that the war is over
Everybody knows the good guys lost.
Leonard Cohen

La reciente campaña presidencial en Colombia que resultó en la elección de Juan Manuel Santos fue en realidad una larga discusión sobre la continuidad de Uribe en el poder: la continuidad física, primero, y después, cuando ya se descartó la posibilidad de una tercera reelección, la continuidad ideológica. Desde esa perspectiva, parecía que no importaba mucho quién fuera el sucesor, mientras fuera un heredero: tan era así que Andrés Felipe Arias fue un contendor serio a pesar de ser la figura política más ridícula del continente desde Dan Quayle y Sarah Palin. Nos pudo la vergüenza, sin embargo, y fue elegido en su lugar Juan Manuel Santos, de quien la oposición y los uribistas, cada quien por su lado pero por las mismas razones, murmuraban en voz baja que sería peor que Uribe.

Tenían razón: a lo largo de los dos meses que lleva en el poder, Santos ha logrado con éxito distanciarse de su antecesor a punta de golpes de estilo, dando pábulo a una  campaña de descrédito contra Uribe que ha sorprendido a todos pero en particular a sus seguidores, para quienes el uribismo no es una tendencia política sino una religión (obligado a hace profesión de fe, el senador Juan Lozano, del partido de la U, nos recordó hace unos días que "sabemos que [el presidente Uribe] obró con patriotismo, que defendió a Colombia, que se puso esa bandera de Colombia en el pecho para servirle a nuestro país").

En cuanto a los detractores... Los detractores expresamos nuestro contento con las buenas nuevas: las buenas nuevas son que la patria ya no está en pie de guerra contra Venezuela; que tampoco hay planes inmediatos de bombardear Ecuador otra vez; que el estamento judicial ya no es el enemigo; que sí hay víctimas de agentes estatales; que sí hubo chuzadas; que la tierra sí cambió de manos... Los detractores estamos tan contentos con la posibilidad de nombrar lo que Uribe había convertido en innombrable, que parece superfluo subrayar lo poco que ha cambiado y que cambiará el gobierno en los años por venir.

Suena insignificante. Casi confirma la acusación que hace poco lanzó María Victoria Uribe en la entrevista en La silla vacía sobre su trabajo imprescindible en el Grupo de Memoria Histórica.  "Este país puede ser muy light", dice en un momento dado. "Este es un país amnésico", asegura más adelante.

No es así. Creo, más bien, que este es un país derrotado, un país vencido que ha sido despojado de su voz. Circula en los medios de comunicación —que han reducido a sus receptores al consumo pasivo de ideas preconcebidas— un simulacro, una usurpación. Pero acaso, ¿Se puede defender y practicar la libertad de expresión allí donde se encuentran amenazadas las libertades individuales? [1]

Se oye también el ruido, un rugido más bien (y esas son las voces que María Victoria Uribe admirablemente recoge y registra), de quienes quieren contar pero no saben cómo ni a quién, de quienes quieren confesar, de quienes quieren, sobre todo, elaborar su duelo. Pero no se puede realmente elaborar el duelo cuando se carece de la libertad de narrar lo sucedido —y, al narrarlo, de dejarlo atrás, de olvidarlo—:

El derecho de decirlo todo, de escribirlo todo, de pensarlo todo, de verlo y de oírlo todo resulta de una exigencia previa, según la cual no existe derecho ni libertad de matar, de atormentar, de maltratar, de oprimir, de forzar, de hacer padecer hambre, de explotar [2].

No es un estado amnésico el que aqueja a este país: no es posible desentenderse del terror que no se puede nombrar. Es más bien un estado anestésico, que nos ayuda a tolerar el dolor de esas heridas íntimas que, infectándose secretamente, son causa de las peores barbaridades [3].

No se trata, sin embargo, de demeritar el legado del presidente Uribe, o de robarle el  mérito de haber cambiado a este país, en esencia a través del nada fácil expediente de silenciar unas cosas y de cambiarle los nombres a otras, de "haber extirpado de cuajo el eterno criterio de la verdad y de la mentira" [4]. La genialidad de Uribe consistió en reemplazar la dignidad perdida en la guerra con la solemnidad y el bombo, sustituir los últimos jirones de discusión —las palabras cansadas, agobiadas— con el impecable maridaje entre las fórmulas sonoras y vacías y el matoneo, y devolverle el brillo a la idea de patria, tan deslustrada, con la fórmula fácil de inventarse un país poblado de hombres buenos (como él), temporalmente invadido de bandidos ("apátridas") que tarde o temprano serán expulsados.

Tiene su gracia leer a Vargas Llosa, otro enamorado de las palabras hueras, refiriéndose a América Latina como un continente en donde reina apaciblemente la diversidad: "L’Amérique latine est une et multiple, et rien ne l’exprime ni ne la définit mieux que la bonne littérature", dice, como si viviera en otro mundo. Como si no supiera que sin la libertad de decirlo todo, una lengua se petrifica y se torna lenguaje estereotipado [5].

Así que por lo pronto el nuevo presidente de Colombia puede estar tranquilo: perdimos la voz en la maleza, y no nos queda la palabra.



NOTAS
[1] Raoul Vaneigem, Nada es sagrado, todo se puede decir. Melusina [sic], 2006. Los subrayados son míos.
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.
[4] La cita es de Mi siglo. Confesiones de un intelectual europeo. Aleksander Wat se refiere, por supuesto, al comunismo. Acantilado, 2009.
[5] Vaneigem, op. cit.