martes, 24 de enero de 2012

La trampa mortal de la democracia


Oí el otro día a dos mujeres hablar de política. Eran dos profesionales, maduras, inteligentes y exitosas que comentaban sobre la vulgaridad de la vestimenta de una congresista (escotes exagerados, prendas demasiado pegadas, excesivo maquillaje), y sobre la forma de hablar de otro, un hombre en este caso. Los políticos bajo la mira son profesionales universitarios --condición para ser elegido senador--; son médicos, para ser exactos, dato que salió a colación solo para subrayar su ordinariez: ¿Cómo se puede ser médico y decir esas cosas, llevar esa ropa? ¿Cómo se puede ser congresista? Fueron elegidos, fue la conclusión a la que llegaron ambas con un suspiro. Y aunque hubo alguna alusión velada a prácticas políticas verdaderamente reprobables, pronto fue evidente que nadie tenía pruebas y tuvieron que concentrarse de nuevo en el escote.
Cada pueblo elige a los representantes que se merece, concluyeron. Y yo pensé, mientras las oía hablar, en esa trampa mortal que acaba siendo la democracia para tanta gente. Porque claro que queremos vivir en una democracia. Y claro que queremos que nos gobierne un Congreso en el que participen personas elegidas por nosotros. El problema es, por supuesto, el pronombre nosotros.
La democracia con la que sueña mucha gente es una forma de gobierno en la que elegimos a nuestros representantes a nuestra imagen y semejanza. Lo cual supondría un país a nuestra imagen y semejanza. Lo cual supondría que somos uno de cuarenta y pico de millones de colombianos; no uno de un selecto grupo de diez, o de mil, al cual imaginamos pertenecer. Al cual querríamos pertenecer.
"Este es un país muy conservador", suspira un periodista al otro lado del espectro político. Él, por supuesto, forma parte de una selecta minoría que no lo es. Y él, por supuesto, no está dispuesto a asumir la responsabilidad por las decisiones de las dos señoras del primer párrafo. Ni siquiera está dispuesto a asumir la responsabilidad de averiguar cuántas personas forman parte de la mayoría a la que él dice no pertenecer. Su democracia, la que él diría defender, también sería de diez.
Una trampa mortal. Para las mayorías, claro, no para los miembros de las selectas minorías que hacen lo que les da la gana en nombre de su enclenque y poco fundamentada razón.

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