viernes, 11 de junio de 2010

La democracia o la buena fe

La noticia de la condena al coronel Plazas Vega produjo un inmenso y momentáneo alivio a algunos colombianos. Hubo llamadas telefónicas, insinuaciones de una celebración, sonrisas. Y es que hay quienes creen —yo, entre ellos— que los acontecimientos del Palacio de Justicia marcaron un quiebre en la dirección del país, y se han convertido en el símbolo de la imposibilidad de la democracia colombiana: a la barbarie militar del M-19, el Estado respondió con una acción más bárbara aun. Oficialmente, ese día empezó la guerra civil. Había empezado mucho antes, claro está, pero ese día hubo una declaratoria oficial: una en la que se dijo abiertamente que los hombres armados de uno y otro bando no se detendrían ante nada. Y que más valía que los idiotas que nos quedamos pasmados en la plaza de Bolívar, viendo boquiabiertos cómo ardía el Palacio mientras el presidente no hacía nada, y viendo después con lágrimas en los ojos cómo los tanques militares entraban al Palacio mientras el presidente no hacía nada, nos moviéramos si no queríamos morir en el fuego cruzado.
En los años que siguieron, algunos, con un instinto de supervivencia más desarrollado, se alinearon con uno u otro bando. Otros nos quedamos ahí, y cuando se disipó el humo, y se limpiaron los escombros, y se reconstruyó el edificio, creímos que nos despertábamos de un mal sueño y seguimos adelante, hablando de resultados electorales y de derechos humanos como si viviéramos en un país regido por un sistema democrático. Hace dos días, el fallo de la jueza María Stella Jara nos permitió uno de esos momentos de triunfo que señalan a cada rato el avance victorioso de los ejércitos pero que a nosotros, los civiles de a pie, nos resultan tan escasos.
Escasos y efímeros: el presidente salió inmediatamente a expresar su dolor por el fallo. Quedó claro (¡por si alguien tuviera dudas!) que lo suyo no es una defensa exagerada de su gente o de su gobierno, sino una convicción más profunda sobre la prelación que debe darse en todo momento a las vías militares y a las vías de hecho sobre las vías legales.
También quedó pavorosamente claro que el ejercicio de la ley no tiene cabida en esta sociedad, donde los valores son otros: "Cuando hay buena fe y cuando hay patriotismo, no hay espacio para el dolo. Se excluye el delito." Uribe y su cúpula militar, de pie frente a los colombianos, saben cuándo hay delito y cuándo no. Once desapariciones no son delito: son expresiones de patriotismo; los falsos positivos no son delito: son actos de buena fe ("Hay que haber sido militar para entender", afirmó ayer el que a todas luces será el próximo presidente de los colombianos).

Yo imagino que el coronel Plazas estaba lleno de buena fe cuando aseguró con tono triunfal, a la salida del Palacio, que había salvado la democracia. También imagino ahora, con cierta amargura, que nosotros no sabíamos y él sí (como lo debía de saber el presidente Belisario Betancur) que la democracia colombiana es como el cadáver de Evita Perón, una momia embalsamada que sacan y ponen y quitan y desentierran y exhiben y vuelven a enterrar los bandos en pugna.

Habrá que quitarse, para no morir en el fuego cruzado. Y acompañar de todo corazón desde nuestros refugios a la jueza María Stella Jara y a su hijo, y a la jueza Jenny Jiménez: que el espíritu de Alice Auma las proteja, inermes como están ante la omnipotencia del gobierno colombiano.

1 comentario:

  1. graaaaaaaaciaaaaaaaasssss por incluirme en su lista .y que rico leerla aunque sean temas tan tristes como este pais...

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